Un mar de fueguitos (los que encienden la vida)
Mi amona (mi abuela, que nació en 1899 y fue descubriendo a lo largo de su vida, que unas maquinas se desplazaban por el suelo y llevaban dentro personitas o que un día de repente se apareció una caja en la cocina, caja de la que nunca se fío, que sin fuego calentaba las cosas en cuestión de segundos) se fue a Madrid de viaje de novios. Creo que es lo más lejos que viajó. Aunque siempre he pensado que fue una mujer de mundo, de mucha vida. Por eso, me acuerdo tanto de ella cada vez que ando trepada en un avión («pasta o pollo al curry» incluido). Las largas horas intercontinentales dan para todo, sobre todo si lo del dormir se te resiste, como es mi caso. Y en esos largos caminos andados (y volados), voy conociendo lugares hermosos, distintos, coloridos, dolientes, vivos, nuevos… pero sobre todo tengo la suerte de irme encontrando con sus gentes, abiertas, dispuestas, decididas; llenas de coraje y de dignidad. Ese “mar de fueguitos” del que nos cuenta Galeano, es un océano vivo de corazones que se extiende desde el espacio al lado de tu cama hasta los confines del mundo. En Tolosa y Puebla. San Luis Potosí y Pasto. Hondarribi, Piura, Tezihutlán y Guatemala. Ahmedabad, Ciudad de México y Madrid. En Lima e Iruña. En Torreón, Pasaia, San Salvador, Londres y La Habana. Caracas y Errenteria. En Donosti, Guadalajara y París. En Bilbao y alrededores (o lo que viene a ser, según dicen, el resto del mundo mundial). Personas que te regalan la razón y la alegría de saberse, pese a todos los indicios en contra, bella humanidad. Porque sin ninguna duda a este mundo lo hace hermoso sus personas. Únicas, irrepetibles y llenas de luz. Este post va hoy dedicado muy especialmente a Edi y a Mariana, y a la pequeña valiente Josefina, a quien estoy deseando conocer. ¡Tengo tantas ganas de darles un abrazo apachurrado! ¡…y un muxote potolo bat desde lo más hondo de mi corazón! ::::::::::::::::::::::::::::: “Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. —El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”. Eduardo Galeano, El libro de los Abrazos (1989) ::::::::::::::::::::::::::::::
Elefantes rosas
¿No os pasa a veces que vais tan rápido, tan acelerados/as, incluso automatizados/as, que se os olvida al minuto si habéis cerrado el coche? ¿U os encontráis en algún lugar de la casa o de la ofi al que habéis ido expresamente a algo pero ya no os acordáis para qué era? Bueno, pues a mí sí me pasa. También soy alguito despistada, herencias de la ama, que supongo algo cuenta en esos lapsus del recuerdo en corto. Pero sí, la cosa es que la Vida parece dar un saltito sobre nosotros/as para volverla a encontrar un ratico después. Nada grave, incluso gracioso, siempre que ese salto no se coma los pequeños grandes detalles, sorpresitas inesperadas que la Vida nos ofrece cada día, o al menos, un par de veces por semana. Muchas de ellas, yo creo que la mayoría, tienen ojos y corazón. Treinta y seis y medio (y de ahí pa´rriba) grados de temperatura. Huelen a café. Pueden llegar también por teléfono. Y vienen con muxotes potolos adjetivados, sin aditivos, de sabores. Y mil colores. A veces son elefantes rosas (te los encuentras por las calles y en los pasillos de las oficinas). O sapos que nunca terminan de convertirse en príncipes (nunca quisimos que lo hicieran… nos gustan los sapos). O son cocodrilos que lloran de risa en una cena compartida. O es un instante mágico en el que algo suave te acoge, te envuelve y tú simplemente puedes descansar; como si estuvieras bajo las amplias alas de una lechuza. Así que los ojos abiertos. El corazón dispuesto… Y fíjate bien, párate y mira, y escucha. Porque en cada esquina acecha un cálido abrazo salvaje, pequeños regalos de vida.
Pequeños Grandes Abrazos. Galeano for president.
Estimado don Eduardo: Vaya con estas palabras un saludo cariñoso desde este ladito del mundo. En 1989, escribió usted el El libro de los Abrazos. El sabor de cada cuento, de cada relato nutre hoy también este espacio que va cogiendo Vida y se va llenando de gente, de palabras, de colores y de tazas de café compartidas. Esta mañana escuché la entrevista que ayer le hicieron en el programa Singulars de TV3 sobre el movimiento del 15- m. Sin duda sus palabras se tejen desde el corazón. Y a los corazones llegan. «Las lecciones de vida, las lecciones de dignidad que el mundo necesita las dan los más pequeños» dijo usted. Pues resulta que también el abrazo se considera algo pequeño en este mundo. Ser fuerte, no mostrar signos de debilidad, posponer el afecto. No vaya a ser que lo consideren blando o lo vayan a lastimar a uno. ¿Pero quien no sintió perderse en algo más grande cuando recibió ese abrazo preciso? ¿Quien no encontró la paz en los brazos apretados de quien lo sostenía? ¿Quien quiere negar el dulce encuentro que llena de todo sentido ese instante infinito? Mi estimado don Eduardo. No hay duda. Usted es el presidente honorífico del Movimiento de los Abrazos Apretujados. Lo ha sido desde siempre. Así que pásese por acá cuando quiera a recoger un abrazo apretado que sellará la toma de posesión de su cargo. Acompañado por supuesto, de un muxote potolo bat que lo acompaña bien y lo hace más rico. ¡Acá lo esperamos, con los brazos abiertos! Y mientras tanto siga llenándonos de lucecitas y fuegos.
Kafe&Tea(infusión de regaliz)
El del domingo por la mañana; desayuno en la cama. El rito de las ocho y media de la mañana, en la maquinita de Arrupe Etxea; inicio del día que en el que sin duda tendremos que afrontar alguna que otra batallita juntas. Capuccino frío chico sin hielo (en un Italian Coffee cerquita del Zócalo de Puebla). El con leche de Eceiza con mi hermana Lucía; en algún instante mágico en el que es posible estar a solas. En taza pequeña, sin azúcar. (…) En el sofá, compartido y confidente; reposando la vida. Para una larga sobremesa nocturna; batallitas y planes de viaje. Junto a la ventana, dibujándome.Conversando en un caluroso atardecer en un riad de Marrakesh . Té con limón: cuando se te voltea el estómago. A las cinco de la tarde en una terraza con sombrillas; un amigo. (…) Tomarlo sola. Mejor en compañía. Convertirlos en sabor para el próximo muxote potolo bat.
Slow Hug Movement
Hoy he tenido uno de esos momentos en los que te dejas perder por calles que no conoces. No sabes donde andas. Y tampoco importa. Siempre sabrás volver o llegado el caso preguntar. Es difícil perderse (al menos en esto de las calles desconocidas). Barcelona esconde a veces con timidez, bonitos y majestuosos edificios en cualquier callecita sin mayor renombre. Y Gaudí, ese genio, se va haciendo presente, traviesamente, en en alguna preciosa fachada ondulada. Los que son de acá por su parte, saben bien a donde van. No dudan de su dirección. Y caminan con decisión. Y los más disfrutones, se relajan en esas terracitas que poco tardan en dejarse ver ahora que el sol nos anima a todos el corazón. Es la ventaja de visitar un lugar en el que una no vive. Te cuelas en su realidad, pero sobre todo la observas con curiosidad. Con enorme interés. Con admiración. A veces con sorpresa. La cosa es que me encanta callejear. Sin tiempo. Sin prisa. Sin rumbo, ni plan, ni mapa, ni teléfono, ni horario. Animada por estas noches que se van alargando e invitan a quedarse un poco más. Y de nuevo me hago consciente de lo bueno que es pararse. No hacer nada más que concentrarte en tu propio paso. Y en esa calle. En aquella fachada. En toda esa gente que camina. Sentir el sol ocultarse tras un edificio y la sombra convertirse en frijolito que se mete furtivamente bajo la piel. En esas “nadas” andaba cuando me han venido a la cabeza todas esas iniciativas que nos invitan a pisarle al freno, a darle un espacio a esa (a veces) difícil tarea de esperar: el be slow o el slow food… Bien es verdad que yo soy intensita. Aceleradita a ratos. Y no os negaré que ese puntito de stress también “me pone”. Pero reivindico la pausa necesaria, aunque sea chiquita, para el cuidado de una misma y de los otros. Un rincón para los mimos. Espacio para ese abrazo, largo. Tranquilo. Esperado. Energético. Necesario. Nutritivo. Que se recrea una y otra vez en el encuentro y el gusto de vernos. Estar (en mayúsculas) con el otro. A quien no veo hace un tiempo (y ya lo ando extrañando). A quien apenas ví ayer, pero hoy quiero volver a darle otro abrazo. Con la misma frescura cada vez. Con la misma bonita urgencia vital. Porque es pedacito de una convertido en el breve espacio en el que sí estoy. Así que definitivamente lanzo abiertamente la idea para poner en marcha el Movimiento de los Abrazos Apretujados (dígase apapachados en su versión mexicana), o lo que en inglés será mundialmente conocido como el Slow Hug Movement. En euskera le podemos llamar Goxo Goxo Besarka Nazazu ekimena. Sólo hace falta eso. Que demos ese abrazo en el momento preciso (sea cada día, o de ciento en viento, pero que salga siempre de lo más hondo) a cada uno de los corazones que hacen parte de nuestra vida. Bueno qué: ¿os hace la idea? PD: Para potenciar el efecto multiplicador del movimiento ¡acompáñese el abrazo siempre que se quiera, con un sonoro muxote potolo bat! PD2: ¡Ah! Y no os olvidéis de daros un apachurrado abrazo de mi parte ahorita mismo!